jueves, 6 de septiembre de 2012

Alejandro Sanz regresa a los primeros planos para inaugurar una nueva etapa en su carrera y adelanta su próximo álbum, La música no se toca. Desde Miami, el cantautor español se confiesa a corazón abierto y habla de todo: el momento de la industria discográfica, su familia, el pasado, sus cuentas pendientes y hasta la crisis europea.

En el horizonte se avecina una tormenta. Tormenta, tormenta, nada de una lluviecita. Con esos relámpagos que cumplen su amenaza y truenan que parece que la Tierra se partirá por la mitad. No obstante, él se ríe del aguacero. Y tranquiliza a los que lo rodean asegurando que por la tarde despejará y que la nube que ennegrece y deprime al cielo es una nube con mayúsculas, sí, pero pasajera. 

Alejandro Sanz está acostumbrado al clima tropical de Miami Beach, acaso una de sus ciudades predilectas para trabajar, descansar… vivir, en definitiva. El ventanal de una de las habitaciones de un típico hotel playero miamiense, sobre Island Avenue, es el telón de fondo perfecto para sentarse a conversar con este madrileño de 43 años, uno de los cantautores de habla hispana más prestigiosos del universo musical, dueño de hits como “La fuerza del corazón”, “Corazón partío” o “Amiga mía”. Sanz, un tantito canoso y otro tantito petacón, se preocupa poco por su look (bien informal, con una camisa arremangada que deja entrever sus tatuajes) y mucho por ser un excelente anfitrión. 

Le agradecemos, pero rechazamos la cerveza y las castañas de cajú que saborea una tras otra. Simula ofenderse, pero siempre con una sonrisa de oreja a oreja. El que no derrocha simpatía es su hijo Alexander, que está concentradísimo jugando con su tableta. El padre le insiste en que sea educado y salude, pero “No, dejalo, no lo molestes”. Mejor, a lo nuestro. Al grano. A La música no se toca, una nueva etapa que se inaugura para este artista con cero divismo, a kilómetros de distancia de la pose “soy una celebrity” (si la tuviera, es bien merecida… pero no es el caso).

Para su décimo álbum de estudio, cambió de compañía discográfica (con una suntuosa suma de dólares de por medio) y eligió al productor colombiano Julio Reyes para que le diera una vuelta de tuerca a su más reciente trabajo (el videoclip del simple “No me compares” superó el millón de visitas en YouTube en menos de una semana). Léase por “vuelta de tuerca” combinar sonidos modernos con aires sesentistas-setentistas-ochentistas.

Hay un contraste paradójico entre mi estilo para cantar, que tiene esa reminiscencia flamenca, pero también del pop y del rock, y esta propuesta posmodernista que tratamos de impregnarle al disco. A eso, a la vez, le sumamos un sonido más antiguo. Toda esa mezcla fue muy atractiva”, sugiere Sanz. Aunque se lo percibe entusiasmado, su idea madre para este 2012… era otra. 

Pero es el dilema del huevo y la gallina: ¿Qué es lo que convoca al éxito? ¿Lo que se planea o lo que depara el destino? “Cuando pensaba en este proyecto, me rondaba en la cabeza el regresar a mis orígenes, a CD como El alma al aire Más… pero me ha salido otra cosa, muy diferente (risas). Sin embargo, considero que está muy bien que finalmente así haya sido, porque, claro, uno nunca puede repetirse ni debería ser la intención. Es preferible observar cómo el tiempo ha pasado sobre ti, sobre tus canciones y sobre tu forma de entender la música”, desliza.

¿Y por qué retornar a los orígenes?
Porque viajé hacia otros sitios y es como que quería volver “a casa”. Pero no llegué a eso, sino que me fui a otro lugar completamente distinto. Ojo, mi esencia sigue siendo la misma, porque las canciones que compuse últimamente están más en consonancia con mis comienzos que con el período de El tren de los momentos. Aunque acepto que el resultado actual difiere tanto de aquello de querer “volver” que hasta me causa gracia. Esta es una confesión que a lo mejor no debería hacer.

A propósito, en “No me compares” escribiste: “Ahora podemos mirarnos sin miedo al reflejo en el retrovisor”. ¿Mirás mucho hacia atrás?
De vez en cuando hago ese ejercicio, pero no hay que quedarse tanto en el pasado. Por eso, es bueno pispear por el espejo retrovisor… ¡para que no se te contracture el cuello! (risas). En serio, hay que mirar para adelante. El retrovisor está para echar vistazos y que no te golpeé el pasado. Pero cuanto menos mires para atrás, a veces, mejor. No tienes que hacerlo ni para arrepentirte. El arrepentimiento es un sentimiento un tanto masoquista. No sirve de nada ni vas a aprender, ya que el hombre es el único animal que puede tropezar cuarenta veces con la misma piedra. Entonces, ¿para qué? 

Iba a preguntarte si en tu carrera tuviste crisis. Pero adivino la respuesta… 
No, no tuve. Hay momentos en los que uno está mejor o peor, o tiene más o menos ganas de grabar. Mi ánimo depende de cuántas ganas tengo de ir al estudio. Ahora tenía muchísimas ganas. No tengo horarios para trabajar, sino para dejar de hacerlo, porque si hubiese sido por mí, ingresaba a la mañana y seguía hasta el día siguiente –y lo hice alguna vez–. ¡Me encanta el estudio! No soy como esos artistas que van, cantan y se largan. Entro al estudio antes de que se escriba la primera nota y me retiro mucho después de la última. Y escucho el álbum seis millones de veces, pero previo a su venta. No soy de esos que luego se lo ponen en el coche. 

O sea que no te afectó el paso de los años. No te aburriste de vos mismo.
¡Todo lo contrario! Aunque, ahora que lo charlamos, me acuerdo de que hubo una época en la que me sentía medio desgastado. Fue muy fugaz, pero tal vez pudo haber sido una de esas crisis que tú dices. Sin embargo, te diría que me motiva más ir al estudio que un recital, donde hay una carga de responsabilidad y un examen permanente que le quita disfrute.

“Una canción es un alimento del espíritu”
Nada altera la calma de esta Miami que, en el ir y venir de su gente paseando por la avenida Collins, el shoppinero boulevard Lincoln Road o la Ocean Drive, remite, sin duda, a nuestros noventa –si conoce, lo entenderá, ya que allí las postales valen más que mil palabras–. Ni siquiera la tormenta que arrecia y arrecia, aunque allá a lo lejos… (¿Está aclarando? ¿Tendrá razón nuestro meteorólogo?). 

Tampoco se corren del amperímetro la pasión y la vehemencia que transfiere Sanz en un mano a mano que nos hace olvidar –por un rato, al menos– de la promesa del encargado del bar del hotel (un argentino que se radicó por estos pagos después de nuestra crisis del 2001) de aguardarnos a la salida para que nos “chupemos los dedos” con un trago mitad daiquiri de frutilla, mitad piña colada (y no se equivocó en absoluto). “La música no se toca me inyectó de energía”, subraya.

¿Y por qué no se “toca” a la música?
(Paréntesis para el querido lector: aquí atinamos a mencionarle que el título nos evocaba la célebre “La pelota no se mancha”, Maradona dixit. Y hubo quien hasta aseveró que Sanz se había inspirado en el “Diez”. Evitamos incluir en este reportaje su contestación porque la cara de asombro –¿o espanto?– es irreproducible). –La frase es como una especie de homenaje hacia la música. ¡Tengamos más respeto por ella! Hoy se la consume de otra manera. A las canciones las pasamos a llamar “aplicaciones” o “contenidos”. Me da risa. 

Esto no es un contenido ni una aplicación ni un juguete. Nosotros podemos vivir sin aplicaciones, pero no sin música. Es bueno recordarlo de vez en cuando, ¿no? Sobre todo, para que no nos confundamos. Una canción es un alimento del espíritu. Así que quise como marcar muy bien la frontera de lo que significa y lo que no significa una canción. No nos damos cuenta de la relevancia que tiene la música en la humanidad, en la vida de los seres humanos. Al final, la vida es un milagro y la música es la que nos lo recuerda. 

Precisamente, ¿sos consciente de la influencia de tu obra en tus seguidores? 
Hombre, por supuesto que soy consciente. Además, me lo dicen en Twitter y en el Facebook. La gente te da su feedback de inmediato; eso es lo más maravilloso que tienen las redes sociales. Comparten lo que les pasó en sus vidas, cómo sintieron tal o cual canción… infinidad de cosas que antes no sabía. Aprendí a usar las redes sociales; al principio me costó, porque pareces amigos de tus fans, cuando no lo sos. Y te comportas como si estuvieses con alguien de tu círculo íntimo, y no es así.

¿De qué temas les hablás en este disco?
De las relaciones humanas, como en casi toda mi discografía. Es como un pozo sin fondo. Lo que sí persigo es cambiarles los significados, la forma de expresarme o las imágenes que trato de transmitir. Ya no es todo “te quiero, te quiero”, porque, si no, nos vamos a terminar odiando (risas). Creo que poética y líricamente he dado un pasito adelante. He trabajado muy duro sobre ello. Sin embargo, me gusta pensar que cada persona puede concluir las canciones y ponerles su historia.

¿Sos exigente al encarar una apuesta?
Mira, hay que tener un grado de autocrítica y otro de poder controlar hasta dónde uno tiene que llegar. La insatisfacción es una buena compañera… hasta cierto punto. No estar nunca satisfecho con lo que haces no es aconsejable. Sí lo es buscar siempre un poquito más. Por ejemplo, hay pocas canciones que puedes dejar en su primera versión. Muy poquitas en la vida. Son contadas y el efecto que provocan debe ser excepcional. “Lo ves” me salió así, en una noche, muy rápido. Fue pura inspiración, pura movida emocional. Al resto de las canciones hay que darles amor hasta convertirlas en poesía. Por eso, no hay fórmulas; sí trabajo, porque si uno para componer tuviera que depender solo de su estado anímico… vamos, escribirías un tema cada seis o diez años, quién sabe…

Al final, lo primero es…
“No me compares” suena una y otra vez. Esa voz gastada entona que encuentra un puerto. Y aquí, Sanz, tiene el suyo, y eso excede a la propia embarcación que lo trajo hasta este hotel. “Tengo mis rinconcitos: uno aquí, otro en Madrid… y después está Cádiz, que es la puerta del paraíso. Pero mi lugar en el mundo es donde está mi familia. Cuando llego a mi casa, lo único que quiero es estar con mis hijos. Con los años, me volví muy ‘familiero’. ¡Somos como los Corleone! En las Navidades nos sentamos como noventa a la mesa. Nos vemos mucho, somos muy cercanos. Es importante para mí”, susurra.

¿Alguna vez fantaseaste con el hecho de inclinarte por otro rubro? negrita
Me habría gustado ser arqueólogo. Me fascina. Ellos son los verdaderos buscadores de tesoros. Ahí sí me gusta escarbar en el pasado. Pero porque no es el mío (risas).

El imaginario colectivo sostiene que las súper estrellas lo tienen todo. ¿Tenés cuentas pendientes? 
Tengo y varias. Algunas pequeñitas, otras manejables… bueno, no tan manejables cuando no las puedo concretar. Quiero construir un estudio de pintura y escribir mi libro, una autobiografía emocional. Pero no quiero contar “la noche que estuve cenando con Charly García”. No. No es un anecdotario. Es difícil ponerle el foco, pero lo intentaré. El reto es lo que lo hace interesante.

Alejandro, ¿cuál fue la virtud que te llevó a ser quien sos? 
La inconsciencia, supongo (risas). Es la mejor de mis virtudes. Todos la confunden con la valentía, con la constancia, con el tesón. Pero si uno supiera a todo lo que se expone, quizá no haría determinadas cosas. 


Niño, que eso no se toca… 

Padre de Manuela (hija de su primer matrimonio), Alexander (fruto de una relación fugaz) y Dylan (concebido junto a su actual esposa, Raquel Perera, con quien se casó sorpresivamente por iglesia), Alejandro Sanz alterna entre la familia y el trabajo, ahora que es el turno de las ruedas de prensa, las entrevistas y las fotos para promocionar el álbum que saldrá a la venta a fines de este mes.

Antes, pasaron con éxito Los chulos son pa’cuidarlos (cuando su nombre artístico era Alejandro Magno), Viviendo deprisa, Si tú me miras, Básico, 3, Más, El alma al aire, MTV Unplugged, No es lo mismo, El tren de los momentos, En directo desde Buenos Aires, Paraíso express Canciones para un paraíso, en vivo. Pero hablemos del presente. “En La música no se toca, hay un homenaje a ‘Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band’, de los Beatles, y a ‘Rapsodia bohemia’, de Queen. Ojo, que no fue premeditado, ¿eh? Salió naturalmente. El disco pasa por diferentes climas, pero hay un denominador común, que es la “guasa”, como lo llaman los flamencos. O sea, un poquito de humor, de doble sentido. Me parece que es interesante quitarles un poquito de hierro a todas las cosas, que no parezca que todo es tan importante en la vida”, dice quien confiesa que cuando graba las voces para sus CD, prefiere hacerlo solo, sin presencias revoloteándole alrededor.

De la opinión a la acción 

Alejandro Sanz es de esos artistas que echan mano al micrófono para cantar, pero también para decir. Lejos de manifestarse solo a través de sus canciones, el español suele alistarse en causas sociales (lanzó un disco para colaborar con personas con HIV y participó de campañas organizadas por Missing Children o Médicos Sin Fronteras). 

Ahora, se muestra inquieto por la comunicación contaminante, producto de la crisis por la que transita Europa y, en consecuencia, su país. “Las opiniones no son la mejor forma de estar comprometido, sino las acciones. Más allá de lo que técnicamente está ocurriendo, me preocupa la gente. Y considero que hay demasiada información al respecto. No queremos saber todos los días los índices económicos. ¿Los bancos necesitan saberlos? ¡Que se los digan a ellos! ¿Los políticos los necesitan? Pues, lo mismo. Pero a la gente no, porque es insoportable y, además, no sirve para nada. ¡Yo no voy a solucionar nada! Entonces, déjenme en paz. Déjenme tomar mi café tranquilo (risas)”, reflexiona Sanz, mitad en serio, mitad en broma. 

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